jueves, 30 de junio de 2016

RESPETO AL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO

Por Armando Maya Castro

Los testigos de Jehová de San Bartolo Tutotepec, Hidalgo, en un acto de intolerancia religiosa, destruyeron el centro ceremonial otomí "Mayonihka", utilizado por algunos otomíes de esa región para rituales de agradecimiento a la tierra y otras celebraciones religiosas prehispánicas.

Estos religiosos argumentaron que procedieron así porque “no son cristianos” los rituales que se realizan en el mencionado sitio arqueológico, que tiene entre 7 mil y 9 mil años de existencia en la Sierra Madre Oriental del estado de Hidalgo.

Al enterarme de este grave atentado al patrimonio arqueológico, publiqué en mi cuenta de Facebook: “Parece que a los Testigos de Jehová les gustó el modus operandi de la Iglesia católica, quien a través de los franciscanos se dio a la tarea de destruir teocalis y dioses aztecas, todo esto en el marco de la conquista de México. La Iglesia católica ha sido exonerada hasta por algunos historiadores, ¿sucederá lo mismo con los Testigos de Jehová? Habrá que estar atentos al desenlace de este lamentable episodio”.

Esta publicación ocasionó que algunos usuarios de Facebook, en términos respetuosos, me pidieran pruebas de mis dichos sobre la actividad depredadora de los franciscanos durante la Conquista de México. Les respondí, también con respeto, que les contestaría con todo gusto en mi columna de hoy.

El poeta Octavio Paz, al escribir sobre la conquista que llevaron a cabo los españoles y portugueses, sostiene que ésta  “no se parece a la colonización griega o inglesa sino a las cruzadas cristianas y a la guerra santa de los musulmanes. Incluso la ‘sed de oro’ de los conquistadores corresponde a las ideas de botín y de pillaje de los guerreros musulmanes”. El Premio Nobel de Literatura deja en claro que el principio fundador de los conquistadores ingleses “fue la libertad religiosa”, ya que respetaron los cultos nativos y sus templos, mientras que el de los conquistadores hispanos era “la conversión de los nativos sometidos a una ortodoxia y una Iglesia” (Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Seix Barral, S.A, Barcelona. 1982, p. 28).

Los españoles llegaron a América no para evangelizar, sino para imponer mediante la fuerza su religión, mostrándose intolerantes con los dioses y santuarios de nuestros antepasados. Hernán Cortés y sus soldados actuaron como los cruzados medievales, mediante la fuerza bruta; mientras que los frailes, sin renunciar totalmente a los métodos violentos, realizaron una supuesta labor evangelizadora, la cual consistió en destruir dioses, objetos y lugares de adoración indígena.

El 13 o 14 de mayo de 1524, arribó a suelo mexicano una docena de franciscanos que algunos han llamado los doce apóstoles, comparándolos con los hombres que Dios eligió para el Apostolado, en el siglo I de nuestra era. Traían el encargo papal de “evangelizar” a las comunidades indígenas asentadas en el Valle de Anáhuac, pero no traían los elementos necesarios para llevar a cabo la verdadera evangelización, que consiste en convencer a las almas con el poder del Evangelio.

Fundamento mi anterior afirmación en el siguiente hecho histórico: el 27 de junio de 1529, un franciscano llamado Pedro de Gante, quien llegó a la Nueva España antes que los doce, escribió una carta en la que afirmaba tener necesidad “de un libro que se llama Biblia”. Cuando pidió que le enviaran dicho libro, el misionero franciscano llevaba alrededor de seis años viviendo en México, donde centró sus esfuerzos en destruir de modo sistemático ídolos, lugares y objetos de culto. Está muy claro: sin la Biblia, Pedro de Gante no pudo haber realizado ninguna labor evangelizadora.

La labor de los doce ha sido ensalzada por diversos historiadores, algunos de los cuales los consideran “progenitores de la civilización mexicana”. En mi opinión, estos elogios carecen de fundamento, pues soslayan el colosal daño que el trabajo de estos hombres causó a la brillante civilización prehispánica.

Enrique Semo, en su libro México, un pueblo en la historia, señala: “Para 1525, los sacerdotes cristianos habían iniciado una gigantesca campaña de destrucción de templos e ídolos”. Y agrega: “Miles de códices de valor histórico incalculable fueron quemados o desaparecieron”. Este historiador nos proporciona, asimismo, detalles del arbitrario proceder de los frailes al señalar que usaron con frecuencia los castigos corporales y las amenazas para amedrentar a los indios que actuaban lentamente y a los que se oponían.

Aparte de estas acciones intolerantes contra el patrimonio arqueológico, en 2001 los talibán dinamitaron y destrozaron las imágenes gigantes de Buda, esculpidas en roca entre los siglos III y IV, en el valle de Bamiyán. Los fundamentalistas musulmanes, que consideraban dichas imágenes heréticas con el Islam, provocaron con su fanático proceder la movilización de la ONU, así como la indignación de millones de personas en el mundo.

El mundo espera que las religiones y las personas se conduzcan con absoluto respeto a la diversidad religiosa, así como al patrimonio cultural, recordando la máxima de Benito Juárez, el célebre político liberal mexicano: "Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".

Twitter: @armayacastro

Publicado en la edición impresa de El Mexicano, el 30 de junio de 2016

martes, 28 de junio de 2016

NUEVO ENFRENTAMIENTO ENTRE TURQUÍA Y EL VATICANO

Por Armando Maya Castro

Desde el año 1946, el genocidio es una figura reconocida como delito internacional por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, un organismo que a través de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de las Naciones Unidas "adoptó y sancionó en 1948 la siguiente definición de genocidio: 'cualesquiera de los siguientes actos realizados con la intención de destruir, en su totalidad o en parte, un grupo étnico, racial o religioso, tales como: a) matanza de miembros del grupo; b) lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento intencionado del grupo a condiciones de existencia que conlleven necesariamente su destrucción física, total o parcial; d) medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; e) transferencia forzada de niños del grupo a otro grupo'".  

Bajo la anterior definición, proporcionada por el Diccionario de relaciones interculturales: diversidad y globalización, conviene preguntarnos: ¿es o no genocidio la masacre armenia perpetrada por el imperio otomano entre 1915 y 1923? El papa Francisco insiste en que sí es genocidio, mientras que el viceprimer ministro turco Nurettin Canikli lo niega tajantemente y califica las palabras del máximo líder del catolicismo como “signos desafortunados de la mentalidad de cruzado, que se refleja en el papa como en la actividad del papado”. La molestia de este funcionario turco lo llevó a decir, entre otras cosas, que la declaración papal “no es objetiva y no es consistente con la realidad”.

El papa se defendió al declarar que no utilizó esa palabra “con un ánimo ofensivo, sino de forma objetiva”. Defendió también a Jorge Mario Bergoglio el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, quien señaló: “Si se escucha al papa no se encuentra en sus palabras nada que evoque un espíritu de cruzada. Su deseo es construir puentes en lugar de muros. Su intención es poner los cimientos de la paz y la reconciliación”.

La definición de genocidio para las matanzas de armenios entre 1915 y 1923, ha sido reconocida por diversos documentos históricos. Tanto en Francia como en Alemania, la ley califica de “genocidio” la masacre armenia perpetrada por el imperio otomano. Hasta hace algún tiempo, la historia oficial turca negaba la amplitud de la masacre. Hoy la reconoce, pero niega que los militares otomanos hayan cometido un genocidio, explicando que las muertes de ese tiempo se dieron en el marco de enfrentamientos con militares otomanos, algo que niegan categóricamente Michele Novotni y Randy Petersen, autores del libro Enojado con Dios (Editorial Mundo Hispano), quienes aseveran que los musulmanes en el poder lanzaron un “genocidio metódico”, con el claro propósito de “exterminar a los armenios cristianos".

El actual papa, al saber que hasta 2014 sólo 22 naciones de la tierra reconocían estos dolorosos hechos como un genocidio, pidió a la comunidad internacional reconocer el hecho como un genocidio, provocando en ese año "un diferendo diplomático con Turquía cuando las relaciones entre cristianos y musulmanes atraviesan una época difícil, señaló entonces una nota de la agencia noticiosa Associated Press.

¿Qué fue lo que declaró entonces el papa Francisco? Aquí sus declaraciones: “Es necesario, y de hecho un deber rememorarlo, para honrar su memoria, porque cuando la memoria se desvanece, significa que el mal permite que las heridas se agraven. Ocultar o negar el mal es como permitir que una herida siga sangrando sin vendarla". Hasta aquí las palabras del papa, quien provocó la rápida reacción de la cancillería turca, que pidió a su enviado a la sede papal expresar su malestar por las declaraciones del pontífice romano. El papa justificó su polémica declaración señalando que "el camino de la Iglesia es el de la franqueza", y añadió: "no podemos silenciar lo que hemos visto y escuchado". 

Mientras que el papa y los católicos armenios esperan que algún día se dé el tan esperado reconocimiento del genocidio armenio por parte del Estado turco, la humanidad espera que haya mesura en este tipo de declaraciones públicas.

Por ello insisto en lo que escribí en este mismo espacio periodístico el 14 de abril de 2014: El mundo de hoy no necesita revivir estériles conflictos pasados; necesita paz, y que los seres humanos y las naciones sean capaces de construir a través del diálogo y la negociación una relación armoniosa y de respeto.

Twitter: @armayacastro

Publicado en la edición impresa de El Mexicano de Tijuana, el 28 de junio de 2016

Link de navegador: http://impreso.el-mexicano.com.mx/impreso/navegador/tijuana/062816/a/1