jueves, 21 de agosto de 2014

ABONAR A LA PAZ Y NO A LA GUERRA

Por Armando Maya castro
¿Justifica el SOS de los católicos en Iraq una postura opuesta a la norma comportamiento que estableció Jesucristo y que indica cómo actuar en caso de recibir alguna agresión por causa de su fe?

Diversos reacciones ha generado la postura del papa Francisco respecto al uso de la violencia para poner fin a la persecución perpetrada por extremistas del Estado Islámico (EI) en contra de las minorías religiosas establecidas en Iraq, entre las que figuran algunos grupos cristianos. 

Otras voces católicas, interesadas en terminar con la intolerancia religiosa que predomina en ese país del suroeste de Asia, han hecho insistentes llamados en el mismo sentido. Johannes Heereman, presidente de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, pidió a la comunidad internacional reaccionar con decisión a fin de proteger a la minoría cristiana en Iraq, “si no queremos ser testigos mudos de las últimas líneas de la historia de la cristiandad en el país”.

Al aprobar los bombardeos contra las posiciones del grupo yihadista Estado Islámico, la Iglesia católica rompe con su discurso pacifista de las últimas décadas. Lo rompe a pesar de que con dicho discurso busca proteger las minorías religiosas iraquíes perseguidas, particularmente las de corte cristiano,

Aunque la situación provocada por la violencia yihadista en Iraq es preocupante y dramática, nada justifica que el pontífice romano y demás clérigos del catolicismo invoquen la violencia para resolver un caso de intolerancia religiosa. No hay que olvidar que, hoy y siempre, la violencia genera violencia, y quien la invoca para solucionar un caso de violencia, envía un mensaje completamente errado.  

Por ello, diversos analistas han criticado la postura papal. Uno de ellos es Leopoldo Mendívil, quien calificó como “durísimo, gravísimo el vuelco dado por la Iglesia que Su Santidad tiene bajo su custodia y en la que, desde hace mucho tiempo, habían desaparecido las guerras; incluidas las santas” (Crónica, 20 de agosto de 2014).

La postura de la Iglesia católica no nos sorprendería si nos hubiera tocado vivir en la Edad Media, pues en ese tiempo, específicamente en el siglo XI, el romanismo decretó que "la guerra por causa de la fe no sólo era justa y santa, sino necesaria para imponer el triunfo del cristianismo y erradicar tanto al Islam como a los herejes que se desviaban de la doctrina y del dogma fijados en los concilios”, apunta José Luis Corral en su obra Breve historia de la Orden del Temple

Son muchas las llamadas guerras santas que figuran en la historia de la Iglesia católica, pero mencionaré sólo algunas: las ocho cruzadas contra el Islam, acaecidas entre 1095 y 1291; las ocho guerras acontecidas entre 1562 y 1598, conocidas con el nombre de guerras de religión de Francia; y la guerra cristera en México, “conflicto armado que se prolongó desde 1926 a 1929 entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que resistían la aplicación de legislación y políticas públicas…”. No hay que olvidar que a lo largo de esos tres dolorosos años, los cristeros asesinaban al grito de ¡Viva Cristo Rey!

Desde que el catolicismo fue declarado religión oficial del Imperio Romano, la Iglesia católica se olvidó del mandamiento bíblico “no matarás”; también olvidó el ejemplo y doctrina de nuestro Señor Jesucristo, quien en el desempeño de su ministerio estableció una norma de comportamiento que indica a los cristianos cómo reaccionar en caso de recibir alguna agresión por causa de su fe: "…a cualquiera que te hiera la mejilla derecha, vuélvele también la otra…" (Mateo 5-38-42). 

Esta enseñanza cristiana se opone de manera radical al ojo por ojo y diente por diente que enseñaba la antigua ley de Moisés, abolida en el momento en que Jesucristo ofrendó su vida por amor a las almas que vivían separadas de la comunión de Dios.  

El Señor Jesús enseñó esta norma y la practicó.  Así lo demostró cuando vivió entre los hombres, siendo testigos de su mansedumbre y humilde comportamiento sus apóstoles. Observe usted lo que Pedro escribió sobre la vida de Jesucristo en su primera epístola: “Quien cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). 

El proceder de los apóstoles fue como el de Jesús de Nazaret, sin un ápice de violencia. Así lo consigna el evangelista Lucas, autor del libro Hechos de los Apóstoles, al relatar que, tras ser azotados por los judíos, los apóstoles Pedro y Juan salieron de la presencia del concilio “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:41).  

Esto no significa que las iglesias deban permanecer estáticas cuando se violentan los derechos y libertades de sus miembros. Deben actuar, sí; pero deben hacerlo en el marco de la ley, exigiendo que se respete la libertad religiosa, un derecho fundamental que otorga a los seres humanos la opción de elegir libremente su religión, o de no elegir ninguna. 

El mundo de hoy, convulsionado por guerras irracionales y conflictos absurdos, necesita paz. Si lo sabemos, no tenemos más alternativa que abonar a la paz y tranquilidad.


Publicado en El Occidental, el jueves 21 de agosto de 2014



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