Por Armando Maya Castro
Karol Wojtyla visitó Puebla el
28 de enero de 1979. En el marco del XXXV aniversario de ese acontecimiento, la
Arquidiócesis de Puebla realizará este fin de semana una exposición de
reliquias y pertenencias del beato Juan Pablo II en el Seminario Palafoxiano de
esa ciudad. Se exhibirán objetos y vestimenta que utilizó el papa en su visita
a la Angelópolis, informó Felipe Pozos Lorenzini, obispo auxiliar de Puebla.
En 2011, más de 90 ciudades
mexicanas recibieron, en un lapso de 120 días, dos reliquias del extinto
Wojtyla: una de las cápsulas en que se guardó su sangre y una figura de cera del pontífice polaco.
El “peregrinar” de esas
reliquias por suelo mexicano, del 17 de agosto de 2011 al 15 de diciembre de
ese año, fue un claro intento de la jerarquía católica mexicana por convertir
en héroe post mortem al papa encubridor de los delitos de pederastia que
perpetraron miles de clérigos católicos, entre ellos Marcial Maciel Degollado,
el fundador de los Legionarios de Cristo. Esta criminal política de
encubrimiento obligó a la ONU a sentar al Vaticano en el banquillo de los
acusados.
El afán de convertir a Juan
Pablo II en héroe e intercesor es claro. El 8 de mayo de 2011, al oficiar la
misa de acción de gracias con motivo de la beatificación de Wojtyla, el
cardenal Norberto Rivera Carrera expresó: “Precisamente en estos momentos en
que parece que nuestra patria no tiene futuro, no tiene salida de la violencia
que nos agobia, debemos INVOCAR al beato Juan Pablo II que tanto amó a nuestro
país, que tanto amó a los habitantes de estas tierras para que INTERCEDA por
nuestra patria ante el Señor…” (Excélsior, 08/05/2011).
Tres meses después, durante la
misa celebrada con motivo de la llegada de las reliquias papales a la Basílica
de Guadalupe, el mismo clérigo suplicó al extinto papa –no a Dios- lo
siguiente: "Sabes bien lo que hora duele a los que habitamos estas
tierras. En el pasado resonó tu palabra, has que tu valiosa INTERCESIÓN alcance
la serenidad y paz, reconciliación y amor, valentía y vigor para comprometernos
con la patria en la transformación de la sociedad y en una familia cada vez más
justa y fraterna" (El Universal, 25/08/2011).
Los miembros de la Iglesia
primitiva fueron enseñados a orar a Dios y poner su confianza en Él, no en los “santos”
ni en los restos o pertenencias personales de éstos. Para los apóstoles, estos
objetos carecían de virtud, movimiento y poder. Por eso, ninguno de ellos hizo
jamás un llamado similar al del cardenal, pues comprendían que las oraciones se
dirigen al Creador del universo.
El dogma de la Comunión de los
Santos dio origen a enseñanzas que se impusieron como verdades incuestionables
en el catolicismo. Esta doctrina enseña que "todas las personas que han
sido redimidas y santificadas por la gracia de Cristo, estén en la tierra, en
el cielo, o en el purgatorio, están unidas con Cristo su cabeza y todos entre
sí".
De lo anterior se deriva la
idea de la existencia de tres Iglesias: la militante, la purgante y la
triunfante, asegurando que entre éstas existe una comunión, es decir, una
comunicación de bienes: los santos del cielo protegen a los fieles de la
tierra; éstos, a su vez, honran e invocan a los santos del cielo; y los primeros,
junto con los fieles de la iglesia militante, alivian con sus oraciones e
intercesiones a los justos que están en el purgatorio.
En virtud de ello, el
catolicismo establece que "es lícito y provechoso venerar a los santos del
cielo e invocar su intercesión". También enseña que "es lícito y
provechoso venerar las reliquias de los santos".
La Biblia y algunas voces
autorizadas califican tales prácticas como actos de idolatría. El extinto
Miguel Ángel Granados Chapa, al referirse a las reliquias que en el 2011
recorrieron las 80 diócesis establecidas en México, escribió: "Es
imposible dejar de ver en esa veneración una suerte de idolatría. Ya bastante
está infectada la práctica católica por esa grave deformación, como para
alimentarla de ese burdo modo" (Proceso, 21/08/2011).
Jackson Spielvogel, en su obra Historia Universal, Civilización de Occidente, apunta: “Por lo
general, las reliquias eran los huesos de los santos o algunos objetos
íntimamente vinculados con ellos, y a los que el creyente consideraba dignos de
veneración". Charles Hodge, tras aseverar que "la doctrina de los
fraudes piadosos ha sido admitida y practicada por la Iglesia de Roma",
afirma que dichos fraudes "son practicados no sólo en la exhibición de
falsas reliquias, sino también en la falsa atribución a las mismas de poder
sobrenatural" (Teología Sistemática).
En el medievo, este
mercantilismo ocasionó la multiplicación "milagrosa" de la
"leche de María". Malcolm Potts y Roger Short, autores de Historia de la Sexualidad: Desde Adán y Eva", sostienen que
"con la comercialización de las reliquias religiosas para su venta a los
turistas peregrinos en la Edad Media, las ampolletas de leche de María pronto
comenzaron a aparecer en los relicarios de toda la cristiandad". "Es
tanta (escribió Juan Calvino) que si la Santa Virgen hubiese sido una vaca, o
una ama de cría toda su vida, ni aun así habría logrado tanta
productividad".
Simultáneamente, se
multiplicaron también otras reliquias: las astillas de la "verdadera
cruz", las espinas de la corona de Jesús, los frascos con lágrimas de
Cristo, los clavos de la cruz y prepucios milagrosos, etcétera. Todo esto
alimentaba "un lucrativo negocio, para no decir nada de los engaños que
los embaucadores religiosos llevaban a cabo, valiéndose de objetos recogidos en
cualquier sitio y transformados por ejemplo en clavos de la cruz y pedazos de
palo de ésta". Por desgracia, ese mercantilismo medieval sigue haciendo de
las suyas en nuestro tiempo.
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