jueves, 23 de enero de 2014

LAS RELIQUÍAS

Por Armando Maya Castro

La figura de cera de Juan Pablo II y una de las cápsulas en que se guardó su sangre fueron las reliquias que recorrieron las 80 diócesis mexicanas del 17 de agosto de 2011 al 15 de diciembre de ese año. El acto fue calificado por algunos columnistas como "una suerte de idolatría"

Karol Wojtyla visitó Puebla el 28 de enero de 1979. En el marco del XXXV aniversario de ese acontecimiento, la Arquidiócesis de Puebla realizará este fin de semana una exposición de reliquias y pertenencias del beato Juan Pablo II en el Seminario Palafoxiano de esa ciudad. Se exhibirán objetos y vestimenta que utilizó el papa en su visita a la Angelópolis, informó Felipe Pozos Lorenzini, obispo auxiliar de Puebla.

En 2011, más de 90 ciudades mexicanas recibieron, en un lapso de 120 días, dos reliquias del extinto Wojtyla: una de las cápsulas en que se guardó su sangre  y una figura de cera del pontífice polaco.

El “peregrinar” de esas reliquias por suelo mexicano, del 17 de agosto de 2011 al 15 de diciembre de ese año, fue un claro intento de la jerarquía católica mexicana por convertir en héroe post mortem al papa encubridor de los delitos de pederastia que perpetraron miles de clérigos católicos, entre ellos Marcial Maciel Degollado, el fundador de los Legionarios de Cristo. Esta criminal política de encubrimiento obligó a la ONU a sentar al Vaticano en el banquillo de los acusados.

El afán de convertir a Juan Pablo II en héroe e intercesor es claro. El 8 de mayo de 2011, al oficiar la misa de acción de gracias con motivo de la beatificación de Wojtyla, el cardenal Norberto Rivera Carrera expresó: “Precisamente en estos momentos en que parece que nuestra patria no tiene futuro, no tiene salida de la violencia que nos agobia, debemos INVOCAR al beato Juan Pablo II que tanto amó a nuestro país, que tanto amó a los habitantes de estas tierras para que INTERCEDA por nuestra patria ante el Señor…” (Excélsior, 08/05/2011).

Tres meses después, durante la misa celebrada con motivo de la llegada de las reliquias papales a la Basílica de Guadalupe, el mismo clérigo suplicó al extinto papa –no a Dios- lo siguiente: "Sabes bien lo que hora duele a los que habitamos estas tierras. En el pasado resonó tu palabra, has que tu valiosa INTERCESIÓN alcance la serenidad y paz, reconciliación y amor, valentía y vigor para comprometernos con la patria en la transformación de la sociedad y en una familia cada vez más justa y fraterna" (El Universal, 25/08/2011).

Los miembros de la Iglesia primitiva fueron enseñados a orar a Dios y poner su confianza en Él, no en los “santos” ni en los restos o pertenencias personales de éstos. Para los apóstoles, estos objetos carecían de virtud, movimiento y poder. Por eso, ninguno de ellos hizo jamás un llamado similar al del cardenal, pues comprendían que las oraciones se dirigen al Creador del universo.

El dogma de la Comunión de los Santos dio origen a enseñanzas que se impusieron como verdades incuestionables en el catolicismo. Esta doctrina enseña que "todas las personas que han sido redimidas y santificadas por la gracia de Cristo, estén en la tierra, en el cielo, o en el purgatorio, están unidas con Cristo su cabeza y todos entre sí".

De lo anterior se deriva la idea de la existencia de tres Iglesias: la militante, la purgante y la triunfante, asegurando que entre éstas existe una comunión, es decir, una comunicación de bienes: los santos del cielo protegen a los fieles de la tierra; éstos, a su vez, honran e invocan a los santos del cielo; y los primeros, junto con los fieles de la iglesia militante, alivian con sus oraciones e intercesiones a los justos que están en el purgatorio.

En virtud de ello, el catolicismo establece que "es lícito y provechoso venerar a los santos del cielo e invocar su intercesión". También enseña que "es lícito y provechoso venerar las reliquias de los santos".

La Biblia y algunas voces autorizadas califican tales prácticas como actos de idolatría. El extinto Miguel Ángel Granados Chapa, al referirse a las reliquias que en el 2011 recorrieron las 80 diócesis establecidas en México, escribió: "Es imposible dejar de ver en esa veneración una suerte de idolatría. Ya bastante está infectada la práctica católica por esa grave deformación, como para alimentarla de ese burdo modo" (Proceso, 21/08/2011).

Jackson Spielvogel, en su obra Historia Universal, Civilización de Occidente, apunta: “Por lo general, las reliquias eran los huesos de los santos o algunos objetos íntimamente vinculados con ellos, y a los que el creyente consideraba dignos de veneración". Charles Hodge, tras aseverar que "la doctrina de los fraudes piadosos ha sido admitida y practicada por la Iglesia de Roma", afirma que dichos fraudes "son practicados no sólo en la exhibición de falsas reliquias, sino también en la falsa atribución a las mismas de poder sobrenatural" (Teología Sistemática).

En el medievo, este mercantilismo ocasionó la multiplicación "milagrosa" de la "leche de María". Malcolm Potts y Roger Short, autores de Historia de la Sexualidad: Desde Adán y Eva", sostienen que "con la comercialización de las reliquias religiosas para su venta a los turistas peregrinos en la Edad Media, las ampolletas de leche de María pronto comenzaron a aparecer en los relicarios de toda la cristiandad". "Es tanta (escribió Juan Calvino) que si la Santa Virgen hubiese sido una vaca, o una ama de cría toda su vida, ni aun así habría logrado tanta productividad".


Simultáneamente, se multiplicaron también otras reliquias: las astillas de la "verdadera cruz", las espinas de la corona de Jesús, los frascos con lágrimas de Cristo, los clavos de la cruz y prepucios milagrosos, etcétera. Todo esto alimentaba "un lucrativo negocio, para no decir nada de los engaños que los embaucadores religiosos llevaban a cabo, valiéndose de objetos recogidos en cualquier sitio y transformados por ejemplo en clavos de la cruz y pedazos de palo de ésta". Por desgracia, ese mercantilismo medieval sigue haciendo de las suyas en nuestro tiempo. 

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