sábado, 30 de noviembre de 2013

VIOLENCIA OMNIPRESENTE

 Por Armando Maya Castro
Estamos a tiempo de tomar una decisión que nos comprometa a erradicar la violencia de nuestras vidas, de nuestra familia y de nuestro entorno 
A pesar de los avances que en materia de normatividad se han logrado, la violencia forma parte de nuestro diario vivir. Este fenómeno, aunque se halla presente en todos los grupos sociales, es más frecuente en los sectores menos favorecidos, debido a las injustas desigualdades sociales y económicas, por ejemplo el desempleo.

A la violencia la podemos encontrar diariamente en la televisión, tanto en los programas para adultos como en aquellos que tienen la etiqueta de programas infantiles. Es un fenómeno que forma parte de muchísimas películas mexicanas, así como de innumerables filmes que han sido producidos en Estados Unidos y en las demás naciones de la tierra. En muchas de ellas –afirma Marcelino Bisbal– la violencia y el terror son modas imperantes imposibles de evitar.

Desgraciadamente, la violencia se ha abierto paso y ha logrado penetrar en las escuelas, espacios que desde hace tiempo dejaron de ser cien por ciento seguros para nuestros hijos e hijas. Hoy sabemos que el bullying –esa forma de maltrato psicológico, verbal o físico, producido entre escolares de manera reiterada a lo largo de un tiempo determinado– se ha convertido en un verdadero azote y en el terror de miles de niños.

La violencia golpea con dureza a los pobres, pero también a personajes cuya fama y popularidad son del dominio público. Afecta a los mexicanos pero también a miles de migrantes en tránsito por nuestro país, hombres y mujeres que han sido objeto de ataques violentos en repetidas ocasiones. Nuestras autoridades deben reconocer que estos hechos de barbarie han sido favorecidos por los elevados niveles de corrupción, complicidad e impunidad imperantes en México.

Es más, ni los funcionarios públicos, ni sus familiares escapan a la violencia en la que nos encontramos inmersos. La violencia ha acabado con la vida de varios alcaldes, diputados y agentes del Ministerio Público. El combate gubernamental en contra de los grupos criminales y sus infames acciones ha ocasionado que los integrantes de estos grupos tomen represalias en contra de diversos funcionarios públicos y personas dedicadas a la política.

No creo equivocarme al afirmar que quienes sufren con mayor rigor los efectos de la violencia y la inseguridad son los ciudadanos comunes y corrientes, aquellos que con su trabajo diario y honesto contribuyen a construir la grandeza de nuestro querido México.

Las calles son, con toda seguridad, los sitios donde la violencia genera mayores estragos a través de robos, asaltos, secuestros y asesinatos. La violencia parece ser omnipresente; nos persigue y hace acto de presencia en los cruces viales, topes y semáforos, ocasionando la pérdida no sólo de nuestros bienes personales, sino también de nuestra estabilidad emocional. Aparece de noche y de día, en parques, callejones y estacionamientos solitarios.

Duele reconocerlo, pero la violencia se ha convertido en parte de nuestro diario vivir; nos acostamos y nos despertamos escuchando y viendo noticias traumáticas de violaciones, "levantones", desapariciones y demás prácticas ilícitas que ocurren todos los días en la mayoría de los estados de la República Mexicana.

Lo verdaderamente grave es que nos hemos acostumbrado tanto a ese tipo de noticias que los mexicanos hemos perdido la capacidad de reacción. Hay sorpresa, sí, pero no reacción, a menos que el asesinado, secuestrado o desaparecido tenga alguna relación de parentesco o cercanía con nosotros.

Esta barbarie va en aumento y parece no tener fin. No la tuvo en el anterior sexenio, en el que las autoridades federales combatieron sin la debida inteligencia las actividades ilícitas del crimen organizado. Al no cumplir sus promesas relativas a seguridad pública, la desilusión se apoderó de la mayoría de los mexicanos, quienes terminaron dándole la espalda al partido que nos “gobernó” a lo largo de doce años.

Es bueno quejarnos de la violencia y de la descomposición moral que la genera, pero es mejor realizar los esfuerzos que sean necesarios para erradicarla del entorno en el que nos movemos. Lamentablemente, en vez de hacerlo permitimos que la violencia ejerza dominio sobre nosotros, perjudicando a través de ella a nuestros seres queridos. Me refiero, claro está, a la violencia familiar o doméstica, que ocasiona severos daños físicos y psicológicos a quienes la padecen.

Admitámoslo: nuestra sociedad se halla inmersa en un proceso de progresiva pérdida de valores, algo que puede remediarse en el seno familiar mediante un trabajo de instrucción responsable por parte de nosotros, los padres de familia. Me refiero, evidentemente, al fomento de valores tales como el respeto, la honestidad, la no violencia, la solidaridad, etcétera. Los mexicanos estamos a tiempo de tomar una decisión que vaya más allá de quejarnos de la violencia que nos rodea; una decisión que nos comprometa a erradicarla de nuestra vida, de nuestra familia y de nuestro entorno.

viernes, 29 de noviembre de 2013

LOS CRISTIANOS, AYER Y HOY

Por Armando Maya Castro
Los cristianos de hoy (Foto: La Jornada)
El título de cristianos se asignó por primera vez a los discípulos de Cristo en Antioquía (Asia Menor). Algunos exegetas de la Biblia opinan que el término fue utilizado por los incrédulos para referirse despectivamente a los miembros de la Iglesia primitiva, quienes sufrían éste y otros embates de las personas y grupos intolerantes de aquellos tiempos.

Prueban la naturaleza despectiva del término las palabras que el rey Agripa –un judío incrédulo– expresara a san Pablo: "Por poco me persuades a ser cristiano" (Hechos 26:28). La mofa patente de sus palabras no indica que aquel monarca considerara honroso y respetable ese título.

Pese al uso desdeñoso del término, los apóstoles de Jesucristo no rechazaron jamás el calificativo por su origen intolerante, antes bien exhortaron a los fieles de la Iglesia primitiva a honrar con su comportamiento dicha identificación, debido a la estrecha relación espiritual que tenían con Cristo, de quien deriva el nombre en cuestión.

En diversos textos del Nuevo Testamento se pueden observar esas exhortaciones apostólicas. Una de ellas es de la autoría del Apóstol Pedro y fue dirigida a los fieles de la Iglesia Universal en los siguientes términos: “Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello (1 Pedro 4:16).

Consejos como estos lograron la formación de hombres y mujeres que se sentían altamente orgullos de ser cristianos e imitadores del inmaculado ejemplo de Cristo, cuyo intachable comportamiento fue admirado por los hombres de su tiempo y reconocido por Dios de principio a fin. Al inicio de su ministerio, así como en la recta final del mismo, Jesucristo escuchó estas palabras de reconocimiento de parte del Altísimo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).

Las Sagradas Escrituras refieren que los cristianos de aquel tiempo se caracterizaron por llevar una vida semejante a la de Jesucristo el Hijo de Dios, quien procedió ejemplarmente esperando que sus discípulos procedieran como Él: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:15).

Los hombres y mujeres que eran incorporados por el bautismo a la Iglesia de Dios hacían su mejor esfuerzo para cumplir con el encargo de Cristo. Comenzaban a hacerlo desde el principio, procurando vivir, sentir, hablar y pensar como Cristo.

El tema de este día me lleva a recordar una de las exhortaciones del Apóstol de Jesucristo, Doctor Samuel Joaquín Flores, en referencia a la vida de los primitivos cristianos. La exhortación que en esa ocasión dirigió a los fieles de la zona metropolitana de Guadalajara destacó la verticalidad de los cristianos del siglo I, quienes tenían como regla cotidiana –explicó– preguntarse lo siguiente antes de actuar: “¿y lo que voy a hacer, lo haría Cristo?”.

El sometimiento a esta regla logró la formación espiritual de verdaderos cristianos, quienes se distinguieron por ser sensibles a la Palabra de Dios, aspecto que hizo posible que la mayoría de ellos fueran no sólo buenos cristianos, sino también ciudadanos ejemplares en todo momento y circunstancia.

Hablar de los primitivos cristianos es hablar de mujeres y hombres íntegros en la fe, santos en la vida, obedientes a la doctrina y valientes en la predicación del Evangelio.

Algunos pensarán que esa clase de cristianos ya se extinguieron y que es imposible encontrarlos en un tiempo de decadencia moral como el nuestro. Quienes así piensan pasan por alto que el Ser que en el pasado logró formar esa clase de cristianos conserva inalterable su poder, lo que le ha permitido formar en este tiempo cristianos como los que hubo en la Iglesia primitiva. Me parece importante concluir el tema recordando las palabras que en el siglo I fueron dirigidas a los Hebreos: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).



martes, 26 de noviembre de 2013

PORFIRIO DÍAZ, UN LIBERAL QUE ACTUÓ COMO CONSERVADOR

Por Armando Maya Castro
Porfirio Díaz, el liberal que favoreció a la Iglesia católica desde su ascenso al poder hasta el final de su prolongada dictadura

Las acciones de un gobernante pueden granjearle el aprecio, simpatía y admiración de sus gobernados, o bien el desprecio de éstos. En México hemos tenido gobernantes que, una vez llegados al poder, se han convertido en auténticos opresores. Los casos más ilustrativos, aunque no los únicos, los tenemos en Antonio López de Santa Anna, que tuvo la osadía de vender a la Patria misma; en el dictador Porfirio Díaz, quien favoreció a los ricos de México olvidando a los campesinos y obreros del país, explotados con jornadas agotadoras de trabajo de sol a sol; y en Victoriano Huerta, el chacal, asesino de Francisco I. Madero, Pino Suarez y Belisario Domínguez.

Hoy escribiré únicamente de Porfirio Díaz, el hombre que se enroló en el ejército a la edad de 16 años, formando parte de esa generación de liberales que en el siglo XIX lucharon porque todas las libertades individuales del ciudadano fueran garantizadas en las leyes de aquella época.

"En la Guerra de Reforma, Díaz participó activamente en contra de los conservadores, y tras el triunfo liberal, fue elegido diputado del Congreso de la Unión. Durante la intervención francesa participó en la batalla de Puebla en 1862 y, al año siguiente, fue hecho prisionero en esa ciudad, de donde logró escapar. Tomó Taxco y ocupó Oaxaca, siendo gobernador del estado entre diciembre de 1863 y febrero de 1864; invitado por Maximiliano a colaborar con su gobierno, rechazó enérgicamente a los emisarios del emperador y amenazó con fusilar a cualquier otra persona que llegara con el mismo ofrecimiento. Cuando las fuerzas franco-mexicanas vuelven a tomar la ciudad de Oaxaca, Díaz logra huir e inicia una serie de victorias militares que culminan con la liberación de Puebla el 2 de abril de 1867 y la ocupación de la ciudad de México en junio del mismo año” (Delgado de Cantú, Gloria M., Historia de México 1. El Proceso de gestación de un pueblo. Pearson Educación, México, 2000, p. 482).

Hasta aquí todo iba bien. El problema comenzó después de asumir la presidencia de la República, el 23 de noviembre de 1876. Aunque Díaz siguió ufanándose de ser un liberal y republicano federalista, en el terreno de los hechos demostraba todo lo contrario, dándose a la tarea de cumplir el sueño de los conservadores más intransigentes, esos que tenían el compromiso moral de favorecer las exigencias de privilegios de la jerarquía católica.

Nadie en su sano juicio puede negar los avances que hubo en la dictadura de Porfirio Díaz, un gobernante que impulsó la creación de nuevas plantas industriales, la extensión de las vías del ferrocarril, la realización de diversas obras públicas, el mejoramiento de puertos y la construcción de edificios públicos, etcétera.

El problema es que en ese tiempo hubo retrocesos que le hicieron mucho daño a la vida de la nación: la Iglesia católica recuperó rápidamente el monopolio religioso que la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma le habían arrebatado. Todo esto sucedió porque al dictador le faltó el valor de someter a los clérigos a la Constitución de 1857, permitiendo con ello la rápida recuperación de la Iglesia católica.

Desde la promulgación de la Constitución antes mencionada, la Iglesia católica se opuso abiertamente a varios de sus artículos, entre ellos el 13, que "prohibía los juicios por tribunales especiales, los fueros y los emolumentos que no fueran compensación de un servicio público ni estuvieran fijados por la ley". Se opuso asimismo al artículo 5°, que "establecía que la ley no podía autorizar ningún contrato que tuviera por objeto la pérdida o el irrevocable sacrificio de la libertad del hombre por causa de voto religioso".

La Iglesia católica se manifestó también en contra del artículo 7° constitucional, que consagraba la libertad de imprenta “sin considerar como un límite a ésta el dogma católico”. Rechazo similar de parte del clero recibió también el artículo 3°, que consagraba la libertad de enseñanza “sin imponer tampoco límite alguno relacionado con la religión católica” (Serrano Migallón, Fernando, Historia mínima de las constituciones en México, El Colegio de México, 2013).

Pablo G. Macías describe en breves palabras la actuación de la Iglesia durante la dictadura: “Las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857 frenaron repentinamente la avaricia del clero, pero pocos años después, durante el largo periodo dictatorial de Porfirio Díaz, el país cae en el letargo de una paz ‘sangrienta’ mantenida con mano de hierro, y la Iglesia vuelve a recuperar sus perdidos fueros, a ser dueña y señora del país, y a imponer sus designios en los asuntos del Estado” ( Macías, Pablo G., Judas está vivo, Ediciones del Autor, México, 1946, pp. 158, 159).

Es importante aclarar que Díaz no anuló las Leyes de Reforma, pero tampoco exigió a lo largo de su gestión el cumplimiento de las mismas. En vez de ello aplicó una política de conciliación con la Iglesia católica, lo que le granjeó la admiración y reconocimiento del clero, mas no así el del pueblo de México.


sábado, 23 de noviembre de 2013

POLÍTICA ECLESIAL DE ENCUBRIMIENTO

Por Armando Maya Castro
La pederastia clerical y la política eclesial de encubrimiento han ocasionado demasiado dolor en las menores de edad que han sido abusados sexualmente por los curas
Una vez más vuelvo a escuchar el discurso clerical del pasado, el de siempre. Ese que articulan varios jerarcas católicos, comprometiéndose a proteger a los menores de edad de los curas pederastas, depredadores sexuales que han sumergido a la Iglesia católica en una crisis de grandes proporciones. Ahora el que habla es el cardenal estadounidense Sean Patrick O'Malley, quien ha declarado que para la Iglesia católica la seguridad y protección de los niños será prioritaria.

Para tratar los casos de curas pedófilos, O'Malley recomienda imitar a la Iglesia de Estados Unidos, el país con más casos de pederastia clerical. Estos abusos le han costado millones de dólares a varias diócesis estadounidenses, entre ellas la de Boston, que llegó a un "acuerdo de pago de 10 millones de dólares a 86 víctimas del cura John Geoghan, acusado de haber abusado de 130 menores y ya encarcelado por otro caso de pederastia", refiere el escritor Jesús Feijóo Domínguez.

La difusión de estos casos en el vecino país del norte comenzó en la década de los años ochenta. Sin embargo, fue a principios del año 2002 cuando salieron a la opinión pública en Estados Unidos revelaciones de innumerables casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes católicos. Desde entonces, los jerarcas del catolicismo han prometido que habrá tolerancia cero con los curas pederastas y que tomarán medidas para proteger de la peligrosidad de éstos a los niños católicos, algo que hasta el momento no ha ocurrido.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, encargada de conocer los casos de pederastia sacerdotal, fue instruida por el papa Francisco a proceder con determinación en lo concerniente a los abusos sexuales. Pese a que la línea adoptada por Jorge Mario Bergoglio es clara y subraya la necesidad de promover "medidas de protección a los menores y una mayor cercanía y ayuda a las víctimas de abusos sexuales", algunos obispos católicos insisten en proteger a los curas.

Los casos que mencionaré enseguida prueban que las promesas de acabar con la política de encubrimiento de curas pederastas no se han cumplido, al menos no del todo. El obispo de la ciudad argentina de Goya, Ricardo Faifer, entregó el título de propiedad de una camioneta como fianza para liberar al cura Domingo Pacheco, que permanecía encarcelado desde 2011. Osvaldo Ramírez, la víctima denunciante, criticó fuertemente la excarcelación de Pacheco, enviando al Papa una carta bajo el siguiente título: "Francisco echó a pedófilos de la Iglesia y acá, en Corrientes, los cuidan".

Otros jerarcas han ido más lejos, llegando a culpar a los niños de los excesos de los sacerdotes pederastas. Me refiero, evidentemente, al arzobispo de Varsovia, Jozef Michalik, quien apoyó hace algún tiempo a un párroco condenado por abuso sexual. Tras revelarse una serie de casos de pederastia clerical, que involucra a varios clérigos polacos, entre ellos a Josef Wesolowski, ex nuncio apostólico en República Dominicana, el también presidente del Episcopado Polaco sugirió que los verdaderos culpables de ser abusados por los sacerdotes son los mismos niños, ya que algunos de ellos buscan amor en los curas debido a que provienen de familias divorciadas.

El polaco Michalik declaró a un grupo de reporteros que "un niño de una familia abrumada busca acercarse a otros, pierde el rumbo y hace que la otra persona también lo pierda". Estas declaraciones, que pretendían atenuar la gravedad del delito cometido por los curas pederastas, causaron gran revuelo en Polonia y colocaron al Arzobispo polaco en el centro de las críticas.

Aunque Michalik se disculpó de inmediato, aseverando que sus comentarios fueron un "lapsus" momentáneo, lo cierto es que sus declaraciones exhibieron públicamente a los niños como los responsables de las acciones delictivas de los curas pedófilos. Los niños, hay que decirlo, sólo son víctimas que poco o nada pueden hacer para librarse de las salvajadas de estos criminales con sotana.

A finales de 2007, el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, se refirió en los siguientes términos a los niños que han sido abusados por clérigos católicos: "Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan" (La Jornada, 12/28/07).

En su libro "La sinrazón de la religión: liberación a través de una sociedad desacralizada", Jorge Franco escribe sobre esta polémica declaración: "La desfachatez del comentario está en línea con la faena encubridora, que ahora presenta a unos 'indefensos' sacerdotes provocados por la lascivia de precoces jóvenes, incluso, niñas y niños".

A la Iglesia católica no le queda más que admitir que los curas pederastas son los únicos responsables de sus obscenidades. Basta ya de inculpar a los niños, al Internet, a los medios de comunicación, a la revolución sexual, etcétera. Los únicos culpables de tan abominables atropellos son los sacerdotes pedófilos, quienes deben ser tratados no como pecadores, sino como delincuentes que merecen ser castigados con todo el rigor de la ley.

ANTISEMITISMO, UNA CONTRADICCIÓN

Por Armando Maya Castro
Niños judíos, víctimas del antisemitismo nazi en los campos de concetración
Millones de judíos, desde el siglo IV hasta la fecha, han sido víctimas del antisemitismo, una forma de odio virulenta y homicida en contra de los judíos.

Al referirse a este tema, John MacArthur señala que "la historia del pueblo judío por los últimos dos mil años es una triste letanía de prejuicio, persecución y asesinatos en masa". Con Hitler a la cabeza, los nazis asesinaron a más de 6 millones de judíos; en la Rusia de Stalin, casi tres millones.

El pasado mes de octubre, el papa Francisco recibió en audiencia a una delegación de la comunidad judía romana encabezada por el rabino en jefe Riccardo Di Segni. En esa reunión, Jorge Mario Bergoglio señaló que "es una contradicción que un cristiano sea antisemita: sus raíces son judías, un cristiano no puede ser antisemita".

Al margen de esta declaración, lo cierto es que los católicos –no los cristianos– han sido antisemitas en muchos periodos de la historia del catolicismo. Para demostrarlo me apoyaré en El Libro de la Memoria Judía, escrito por Simón Wiesenthal, célebre por ser el mayor cazador de criminales de guerra nazis.

Wiesenthal, al referirse al tradicional antijudaísmo católico, señala: “Los judíos soportan lo que llamamos antisemitismo, desde hace más de dos mil años, desde que fueron echados o deportados del país que les pertenecía”. Enseguida, el citado autor expone: “Como lo muestra nuestro calendario, la persecución de los judíos fue siempre dirigida por los cristianos, primero por la Iglesia católica romana, luego por la Iglesia ortodoxa”.

Lo anterior nos lleva a preguntarnos: ¿por qué estas dos iglesias procedieron así contra la raza por cuyas venas corría la sangre del Señor Jesús, el Ser en quien supuestamente está fincada su fe? ¿Olvidaron acaso que el Señor Jesús fue un judío semejante a los que ellos abominaban y perseguían? La respuesta nos la da el propio Wiesenthal en la introducción de su importante calendario, afirmando que el teólogo Juan Crisóstomo inventó la noción de culpabilidad que responsabiliza a la nación judía de la muerte de Jesús.

Sobre el término “deicida”, aplicado invariablemente a los judíos por los católicos antisemitas, el autor de El Libro de la Memoria Judía nos dice: “En esa época, el concepto teológico fatal concerniente a los “judíos deicidas” fue utilizado sobre todo por la Iglesia romana”. En efecto, esta expresión intolerante se empleó desde entonces y durante cerca de dos mil años para referirse a los judíos. Fue hasta el Concilio Vaticano II cuando la Iglesia católica resolvió dejar de responsabilizar a los judíos por la muerte del Señor Jesús, disponiendo que dejara de emplearse el término deicida, generador de un clima hostil y de grave intolerancia.

Al referirse al sufrimiento experimentado por la descendencia del patriarca Abraham en distintos lugares y tiempos, Wiesenthal sostiene que los pontífices romanos autorizaron cada una de las acciones antijudías perpetradas por la Iglesia católica: “Los papas, representantes de Cristo sobre la tierra, no pidieron jamás, ciertamente, la liquidación de los judíos, pero aprobaron su degradación: en los judíos humillados, el mundo entero podía ver la prueba del castigo infligido a todos los que rechazaban a Jesús”.

La bula “Cum nimis absurdum”, publicada por el papa Pablo IV el 17 de julio de 1555, constituye una prueba clara e irrebatible del antisemitismo papal. Este documento pontificio señalaba que “los homicidas de Cristo, los judíos, eran esclavos por naturaleza y debían ser tratados como tales”.

Es complicado encontrar en la historia de la Iglesia católica a pontífices romanos que hayan defendido los derechos de los judíos. Puede que los haya habido, como lo afirma Heinrich Fries al escribir que “varios papas, emperadores y obispos defendieron los derechos de los judíos…”. El problema es que Fries no nos proporciona los nombres de esos papas que, según él, salieron en defensa de los derechos del pueblo hebreo. Menciona, eso sí, a Bernardo de Claraval, clérigo que no figura en la lista de papas de la Iglesia católica. Del abad de Claraval nos dice que recomendaba a los cruzados: “Marchad a Sión, defended la tumba de Cristo, vuestro Señor, pero no toquéis a los hijos de Israel, y habladles en tono amistoso, porque son carne y hueso del Mesías...”.

Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que el consentimiento papal a los actos de barbarie en contra de los judíos exhibe a los supuestos representantes de Cristo como autores intelectuales de las múltiples formas de humillación causadas a los israelitas.

Hablo de judíos que fueron masacrados en gran número, incomunicados y presionados a llevar señales de identificación. En algunos de los casos, las actividades económicas de los judíos fueron restringidas como resultado del odio a la raza judía, considerada nociva para el bienestar de las sociedades.
Este antisemitismo es incompatible con el espíritu de Cristo, además de ser incomprensible si tomamos en cuenta las raíces judías de nuestro Señor Jesucristo, quien amó y procuró el bienestar espiritual de su pueblo y de toda la humanidad.

martes, 19 de noviembre de 2013

DECENA TRÁGICA


Por Armando Maya Castro
En febrero de 1913, Francisco I. Madero, iniciador de la Revolución Mexicana, fue traicionado, derrocado y asesinado por Victoriano Huerta, quien contó con el apoyo del gobierno de Estados Unidos, el clero católico, los hacendados del país y la mayoría de los gobernadores de la República (Foto: Bicentenario.gob.mx).

Se conoce con este nombre a la serie de acontecimientos fatídicos que tuvieron lugar del 9 al 18 de febrero de 1913, lapso en el que Félix Díaz –sobrino del dictador Porfirio Díaz–, Bernardo Reyes, Manuel Mondragón y Aureliano Blanquet encabezaron y dirigieron un golpe de Estado que culminó con el derrocamiento de Francisco I. Madero, su asesinato y el de José María Pino Suárez. 

Estas acciones en agravio del pueblo de México y de su incipiente democracia fueron auspiciadas por el embajador estadounidense Henry Lane Wilson. Los golpistas contaron, asimismo, con el respaldo de Victoriano Huerta, quien pactó secretamente con Félix Díaz, mientras le hacía creer a Madero que combatía a éste en el centro del país. La traición del chacal se consumó cuando firmó el Pacto de la Embajada, llamado así porque se realizó en la sede consular de Estados Unidos en México, sitio en el que se concertaron los siguientes acuerdos: 

  • ·         El desconocimiento del gobierno de Francisco I. Madero;
  • ·         La Presidencia provisional de Huerta antes de 72 horas, con un gabinete integrado por reyistas y felicistas;
  • ·         Félix Díaz no tendría ningún cargo, para así poder contender en las futuras elecciones;
  • ·         La notificación a los gobiernos del cese de Madero y,
  • ·         El fin de las hostilidades (Rivera Ayala, Clara y María de la Luz Sara Rico Ramírez, Historia de México, Thomson, 2008, p. 171).
Tras la firma del citado convenio, Huerta se puso abiertamente del lado de los traidores que tenían en su poder La Ciudadela, "fortaleza que, además, era el almacén de armas y parque del Ejército federal", explica Jesús Ángeles Contreras en su libro Felipe Ángeles: su vida y su obra. 

La noche del 22 de febrero, el llamado Apóstol de la Democracia y Pino Suárez fueron asesinados por la espalda cuando eran conducidos a la Penitenciaría de Lecumberri, a pesar de que se había garantizado la seguridad de ambos. La muerte de Madero logró unir a las fuerzas revolucionarias en torno a un objetivo: luchar en contra del usurpador, quien recibió el apoyo de los Estados Unidos, pero también el de la Iglesia católica a través de un préstamo de diez millones de pesos, afirma la escritora Ma. Stella Oranday Dávila en su libro Los Truenos de la Cruz. 

Manuel González y Ramírez, citado por el escritor Édgar González Ruiz, se refiere así al apoyo que el clero dispensó a Huerta: “El Partido Católico fue uno de los principales basamentos de la usurpación. Desafortunadamente, para hacer efectiva esta cooperación, los jerarcas eclesiásticos mostraron sus simpatías a favor del huertismo. Por eso, de nueva cuenta, los púlpitos fueron usados como tribunas políticas desde donde se atacó la revolución constitucionalista...”.

La mañana del 24 de febrero de 1913, los hombres y mujeres que reconocían el aporte democrático de Madero a la vida de la nación se reunieron en el Panteón francés de La Piedad para despedir al líder revolucionario. Sus restos permanecieron en ese cementerio hasta el 20 de noviembre de 1960, fecha en que fueron exhumados para ser depositados en el Monumento a la Revolución, "donde deben estar", afirmó ese día el diputado Juan Sabines Gutiérrez, quien presidió el discurso de homenaje a Madero en la Cámara de Diputados con motivo del cincuentenario de la Revolución.

Al referirse a la Revolución –que con Madero a la cabeza planteaba como meta el fin de la dictadura de Porfirio Díaz y el establecimiento de la democracia–, Sabines Gutiérrez explicó que dicho movimiento "no es otra cosa que el afán de libertad y justicia". Enseguida agregó, con ánimo eufórico: "Que nos tome de la mano don Francisco I. Madero, para ver sus principios, que nos guíen por el camino en llamas don Venustiano Carranza, Emiliano Zapata, Pancho Villa, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, que a su lado oigamos también las voces de Pascual Orozco, Lucio Blanco, Eulalio Gutiérrez y tantos y tantos generales del pueblo y tantos y tantos soldados que aprendieron que la muerte valía menos que la justicia" (El Informador, 21 de noviembre de 1960).

A 103 años del inicio de la Revolución Mexicana, la figura de Madero se agiganta al tiempo que decrece la del apátrida Victoriano Huerta y la de los demás golpistas, quienes asestaron un severo golpe a la democracia, al igual que los grupos y personas que apoyaron al cruel y desleal usurpador. Me refiero al injerencista gobierno norteamericano, a los grandes hacendados del país, al clero católico y a la mayoría de los gobernadores de la República, a excepción de José María Maytorena y Venustiano Carranza, gobernadores de Sonora y Coahuila, respectivamente.

Pasada la Decena Trágica, los mexicanos vivieron varios años de incertidumbre política, lo que constituyó un impedimento para el combate exitoso de la pobreza y la desigualdad, fenómenos que, de entonces a la fecha, han crecido a un ritmo acelerado. La presencia de estos problemas prueba que la democracia por la que luchó Madero sigue sin lograrse, pues ésta será plena cuando la pobreza y la desigualdad dejen de excluir a millones de mexicanos del ejercicio pleno de sus derechos económicos, políticos y sociales. 

Publicado en El Mexicano: