jueves, 3 de octubre de 2013

CELIBATO SACERDOTAL

Por Armando Maya Castro
Un elevado número de clérigos casados, o ansiosos por hacerlo, han pedido en repetidas ocasiones la abolición del celibato sacerdotal. Similar demanda han hecho aquéllos que creen que los casos de pederastia sacerdotal terminarían si se suprimiera dicha norma. La supresión del celibato ha sido demandada incluso por mujeres que han mantenido o mantienen relaciones amorosas con sacerdotes. ¿Qué sucederá con la norma eclesiástica ahora que Pietro Parolin ha dicho que el celibato no es dogma y que puede ser discutido? 

Pietro Parolin, quien asumirá el próximo 15 de octubre el cargo de Secretario de Estado Vaticano, declaró el pasado 11 de septiembre a un periódico venezolano que el celibato “no es un dogma de la Iglesia”, sino un precepto que puede ser discutido.

Mucho antes de la declaración de Parolin, un grupo de sacerdotes católicos de Austria llamó a desobedecer principios de la Iglesia como el celibato y la prohibición de mujeres en el sacerdocio. Esto motivó una respuesta del entonces papa Benedicto XVI a favor de la milenaria postura vaticana sobre ambos temas.

Antes de esta rebelión de clérigos austriacos, 144 profesores de teología de Alemania, Austria y Suiza exigieron a la Iglesia Católica "profundas reformas" para hacer frente a la "crisis sin precedentes" que sufre tras los escándalos sexuales.

En 2010, esta demanda fue hecha incluso por mujeres italianas que han mantenido o mantienen relaciones amorosas con sacerdotes. Un grupo de ellas escribió a Benedicto XVI asegurando que sus amantes servirían mejor en el ministerio si estuvieran casados.

La declaración de Parolin es cierta: el celibato no es un dogma, nunca lo ha sido ni creo que llegue a serlo. Si tuviera el carácter de dogma sería irreformable y, por lo tanto, no podría discutirse. Ahora bien, el que dicha norma pueda discutirse no significa que el papa esté considerando abolir el celibato como condición para la ordenación sacerdotal.

Hay voces que no comparten los argumentos de los sacerdotes y teólogos que piensan que los casos de pederastia clerical terminarían si el celibato sacerdotal se aboliera. Una de esas voces es la del doctor Roberto Blancarte, quien al escribir sobre el tema señaló que es un grave error creer que la eliminación de la obligatoriedad del celibato acabaría con la pedofilia. Al abundar sobre este punto, el especialista en sociología de la religión, explicó: “…es bien sabido que “buena parte de los pederastas son hombres casados y con hijos, los cuales son muchas veces las propias víctimas de sus padres (recordemos al famoso criminal Marcial Maciel)” (Cf. Milenio, 17 de septiembre de 2013).

 El celibato sacerdotal no fue impuesto como norma a los ministros de la Iglesia primitiva. En los evangelios no hay ninguna referencia que indique que Jesús haya exigido a sus apóstoles ser célibes. Lo que sí hay son varios textos que demuestran que la Iglesia primitiva no conocía el celibato: la mayoría de los apóstoles eran casados, y ellos mismos enseñaron que los aspirantes al obispado y al diaconado debían ser casados: “Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer…” (1 Timoteo 3:1). Enseguida, añade: “Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad porque el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará  de la Iglesia de Dios?” (1 Timoteo 3:4-5).

Antes de Cristo, a los hombres que ejercieron el sacerdocio se les ordenó: “Con mujer ramera o infame no se casarán, ni con mujer repudiada de su marido; porque el sacerdote es santo a su Dios” (Levítico 21:7). A ninguno de ellos se le impuso como norma el celibato, sino la obligación de casarse con una mujer virgen.

Si no fue en el siglo I de nuestra Era, ¿dónde y cómo comenzó a desarrollarse el celibato sacerdotal? Los orígenes de esta norma católica se remontan a los siglos III y IV. Se declaró obligatorio para los presbíteros, diáconos y clérigos en el concilio de Elvira, celebrado en el año 306 de nuestra era. Tiempo después (313), el concilio de Arlés "recomendó" a los sacerdotes no cohabitar con sus esposas "porque están ocupados en un ministerio cotidiano", amenazando con deponer del honor clerical a quienes actuaran contra esta constitución.

El concilio de Nicea (325) rechazó el celibato. En plena asamblea conciliar, Pafnucio levantó la voz dirigiéndose a los obispos: "¡No impongamos a los hombres consagrados un yugo oneroso! También es una cosa honorable que la unión conyugal y el matrimonio en sí mismo estén exentos de mancha. Cuidemos de no causar a la Iglesia, mediante este exceso de rigor, más mal que bien. Pues no todos serán capaces, sin flaquear, de obligarse a dominar  sus pasiones, y más de una, entre las esposas de ésos, verá expuesta, sin duda, su castidad al peligro” [Cf. Historia eclesiástica (2 vols), 2a ed. revisada, BAC, Madrid 1997. PG 676, 101c, 102cb.].

En el año 386, el papa Siricio prohibió bajo decreto que los diáconos mantuvieran relaciones sexuales con sus esposas. En 567, el concilio de Tours prohibió la homosexualidad y ordenó a los obispos que se abstuvieran de mantener relaciones sexuales. En el siglo VII el concilio de Toledo “señaló la profesión de castidad de los clérigos como un acto obligatorio previo a la obtención de la parroquia”. Sin embargo, “la prohibición del matrimonio de los clérigos no tuvo éxito hasta 1074, cuando Gregorio VII […] consiguió que los fieles se negasen a asistir a las misas celebradas por sacerdotes casados”.


Estos datos históricos demuestran fehacientemente que el celibato sacerdotal es una ley sin sustento bíblico, creada progresivamente por los papas católicos, quienes tienen la finalidad de preservar los bienes y propiedades de la Iglesia que, de otro modo, irían a parar por herencia a manos de esposas e hijos.

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