jueves, 23 de mayo de 2013

OFENSIVA CONTRA LAS MINORÍAS RELIGIOSAS

Por Armando Maya Castro
Durante décadas, las minorías religiosas de México y el mundo se han pronunciado por la paz y el respeto a sus convicciones, así como por el cese del acoso del que han sido objeto



Para las minorías religiosas de México y el mundo debe ser muy preocupante el encuentro que se realizó el pasado 16 de mayo en el Vaticano (Domus Santa Marta), en el que representantes de varios dicasterios vaticanos y de la Iglesia en Italia reflexionaron sobre las respuestas para enfrentar el fenómeno de los nuevos movimientos religiosos. 

Antes de ser elegido pontífice romano, el obispo Jorge Mario Bergoglio tuvo algunas alusiones al fenómeno de las sectas (como él llama a algunos grupos religiosos no católicos). En una de ellas señaló que, a pesar de la vigencia de la piedad popular, “en las últimas décadas notamos una cierta desidentificación con la tradición católica, la falta de su transmisión a las nuevas generaciones y el éxodo hacia otras comunidades (en los más pobres hacia el evangelismo pentecostal y algunas sectas) y experiencias (en las clases medias y altas hacia vivencias espirituales alternativas) ajenas al sentido de la Iglesia y su compromiso social”.

Aunque hoy por hoy la Iglesia católica no lo proclama  a los cuatro vientos, en el pasado una de sus consignas fue esta: los errores no tienen derechos. Ese fue durante muchos siglos el pensamiento de quienes proclamaban a la Iglesia católica como la poseedora única e indiscutible de la verdad, concepto que motivó el rechazo de los católicos a la existencia y desarrollo de los grupos religiosos no católicos.

Bajo ese principio, el romanismo negó a lo largo de varios siglos el derecho fundamental de libertad religiosa, promoviendo simultáneamente la intolerancia y la discriminación religiosa, fenómenos causantes de violentos conflictos y de innumerables persecuciones en agravio de las personas y comunidades no católicas.

Se equivoca quien piense que la larga y prolongada lucha en pro del reconocimiento de los derechos humanos ha logrado la completa erradicación de la intolerancia religiosa, misma que alcanzó su cenit durante la vigencia de la “santa inquisición”, que controló de manera arbitraria y cruel las vidas de quienes disentían del dogma católico, teniendo incluso la potestad de privar de la vida a los herejes y blasfemos.  

La repulsa a lo diferente apareció en el seno de la Iglesia católica desde sus mismos orígenes, cuando Constantino el Grande comenzó a tipificar como delitos anticristianos la blasfemia y la herejía. De entonces a la fecha, la diversidad religiosa no es bien vista por quienes creen que el error –o lo que ellos conceptúan como tal– no tiene derecho a existir.

La extinción de la intolerancia religiosa sería lo ideal, pero lo real es que ésta sigue estando presente en nuestro tiempo, esperando el momento en que los vientos del fanatismo soplen y que la mecha vuelva a encenderse para devorar con sus implacables llamas todo lo que es opuesto al dogmatismo romano. Tenemos que admitir que, a pesar de los nuevos aires de libertad, el sentido de pluralismo y tolerancia de la sociedad actual es, por desgracia, débil, superficial y sin raíces profundas. En mi opinión, las constantes violaciones del Estado laico por parte de la clase política mexicana coadyuvan al debilitamiento de nuestras preciadas libertades. 

Nadie puede negar que en la actualidad existen grupos y personas que suspiran por el retorno de aquellos tiempos, en los que a través de leyes, amenazas y prohibiciones se impedía la difusión de la doctrina de otras religiones. La intransigencia dominante en aquellos tiempos era de tal dimensión que a los judíos se les prohibía propagar sus creencias religiosas y tener en sus manos la Tora. Trato similar recibían los integrantes de otras confesiones religiosas, a quienes se les prohibía el libre ejercicio de su religión y la práctica de sus ritos y ceremonias.

En el siglo XIX, la “libertad de conciencia” llegó a ser considerada en documentos pontificios como una derivación del indiferentismo. En su Encíclica “Mirari vos arbitramur”, el papa Gregorio XVI decía: “De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión” (15 de agosto de 1832).

Habrá quien diga que el contenido intolerante de esta encíclica, que rechaza de manera frontal las libertades de religión y de conciencia, en nada nos perjudica. Puede que esto sea así, pero nuestro deber será permanecer alertas, sobre todo al saber que el papa busca contener el avance de las minorías religiosas establecidas en América Latina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario