domingo, 21 de abril de 2013

LA IMPORTANCIA DE UN ESTADO LAICO


Por Armando Maya Castro

En un acto violatorio del Estado laico, el gobernador de Chihuahua, César Duarte Jáquez, se consagró al Corazón de Jesús y a la Virgen María en una ceremonia celebrada por el arzobispo Constancio Miranda Weckmann. Estuvo acompañado de su esposa y de representantes de los poderes Judicial y Legislativo



La consolidación y fortalecimiento de nuestra democracia, del Estado laico y de las libertades que de él emanan, es la única manera de impedir el retorno del Estado confesional, en cuya vigencia se excluyó, anatematizó  y persiguió a quienes impugnaban el dogma represivo y autoritario de la Iglesia católica. Patricia Galeana afirma que en aquellos tiempos “el tribunal de la Inquisición se encargó de perseguir cualquier idea heterodoxa”. Al abundar en el tema, la destacada historiadora añade: “en la España de 1615, la libertad de conciencia se entendía, como inaceptable permisividad frente al mal”.

A través de las Leyes de Reforma, expedidas entre 1859 y 1861, cuando el presidente Benito Juárez estaba avecindado en el puerto de Veracruz, “se suprimió el Estado confesional y se sentaron las bases de un Estado laico”, el legado más importante de la reforma liberal, y el mejor garante de las libertades ciudadanas, incluidas las de religión, de convicción, de pensamiento y de expresión.

Las leyes que nos legaron los fundadores del Estado laico fueron desaprobadas desde un principio por los jerarcas de la Iglesia mayoritaria. Han transcurrido más de 150 años y la postura de los clérigos católicos sigue siendo de oposición y rechazo a la laicidad del Estado mexicano, apreciada por algunos de ellos como una lacra histórica “que no nos deja avanzar”. Calificativos como éstos, aparte de desconocer las bondades del Estado laico, indican que la Iglesia católica suspira por la restauración del Estado confesional y el cúmulo de privilegios que durante la vigencia del mismo le fueron otorgados. 

Antes de Juárez no existía en nuestro país una cultura de respeto a la diversidad religiosa. La Iglesia católica se proclamaba a sí misma como la poseedora única de la verdad, concepto que motivó su rechazo a la existencia de otros grupos religiosos. Los errores –afirmaba la Iglesia católica en aquel tiempo– no tienen derechos. Bajo dicho principio, el romanismo negó la libertad de creencias, promoviendo la intolerancia religiosa, causante de innumerables persecuciones en agravio de las comunidades religiosas no católicas que empezaban a establecerse en México. 

¿Ha cambiado la mentalidad católica en el tiempo actual? Las recientes declaraciones del papa Francisco, recogidas por la agencia noticiosa EFE, y reproducidas por medios de todo el mundo, el pasado 12 de abril, indican que la Iglesia católica sigue pensando del mismo modo. Al referirse a la constitución dogmática “Dei Verbum”, el papa Francisco señaló que todo lo que concierne al modo de interpretar las Escrituras está sometido en última instancia al juicio de la Iglesia, “a la que compete el mandato divino y el ministerio de conservar e interpretar la Palabra de Dios”. Esta expresión, con su brutal carga de intolerancia medieval, suprime la igualdad jurídica de las iglesias y sostiene que la católica es la única iglesia capacitada para entender e interpretar el contenido bíblico en su pleno y definitivo significado. 

Para salvaguardar los avances en materia de derechos humanos tenemos que admitir que la lucha contra la intolerancia religiosa seguirá en pie mientras existan personas y/o grupos interesados en colocar al catolicismo por encima de las demás religiones. Estos clérigos saben perfectamente bien que el entorno ideal para el estatus de privilegios que anhela la Iglesia católica es el Estado confesional, cuyo retorno han procurado mediante el impulso de cambios a la Constitución General de la República. 

El Estado laico brinda a todas las iglesias el debido reconocimiento y les otorga igualdad ante la ley, obligando a las autoridades de gobierno a mantener una postura de imparcialidad hacia las distintas convicciones religiosas y modos de pensar. En un México lacerado por la violencia, lo anterior es fundamental para la preservación de la paz social. 

Concluyo mi colaboración de este día recordando que, según nuestra Carta Magna, todas las iglesias deben recibir un trato igualitario. En ese trato no debe influir el número de fieles, la antigüedad del grupo religioso, ni el número de templos con que éste cuenta. El artículo 3° de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público (LARCP) establece: “El Estado no podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio a favor de religión alguna”. Esto, estimado lector, es lo importante de un Estado laico, en el que sus gobernantes están obligados a conducirse sin inclinaciones ni compromisos hacia una iglesia en particular. Sólo un Estado independiente de cualquier tipo de influencia religiosa puede dar un trato idéntico a todas las iglesias, garantizando a todas ellas el principio fundamental de libertad religiosa. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario