sábado, 14 de septiembre de 2013

LA JERARQUÍA CATÓLICA Y LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

Por Armando Maya Castro
Los líderes insurgentes tuvieron que sortear diversos obstáculos y enfrentar la oposición de la alta jerarquía católica de su tiempo, quien recurrió a la excomunión para detener los esfuerzos de todos ellos en pro de la independencia de México 
Con el Grito de Dolores –emitido por Miguel Hidalgo y Costilla, la madrugada del 16 de septiembre de 1810– inició la lucha por la independencia de México. Desde entonces, Hidalgo y sus huestes tuvieron que sortear diversos obstáculos y enfrentar a un enemigo poderosísimo: la aristocracia, representada por los grandes latifundistas, los militares de alta jerarquía y el alto clero católico.

Este enemigo no frenó los esfuerzos que los insurgentes desplegaban en busca de la independencia de México y de la libertad de sus habitantes. Tampoco lograron detener la lucha de éstos los inquisidores, quienes para intimidar a los seguidores y partidarios de los líderes insurgentes, amagaban con la “excomunión mayor” a quienes respaldaran la lucha de Hidalgo y recibieran sus proclamas. Esta pena “se extendía también a los feligreses que les prestaran cualquier género de ayuda y tuvieran correspondencia epistolar con el padre; y a los que no denunciaran a las personas que favorecieran ‘las ideas revolucionarias’ y para los que las promovieran y propagaran ‘de cualquier modo’”.

El 24 de septiembre de 1810, pocos días después de la proclamación de la independencia, el obispo de Michoacán, don Manuel Abad y Queipo, excomulgó a Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Hicieron lo propio los obispos de Puebla, Guadalajara y Oaxaca, así como el Arzobispo de México, Francisco Javier de Lizana y Beaumont. Al Padre de la Patria "se le sometió a un doble juicio, el primero de orden militar dirigido por Ángel Abella y el segundo de tipo eclesiástico que fue organizado por su eminencia Francisco Fernández Valentín, quien le despojó de su investidura como sacerdote".

La doctora en Historia, Cristina Gómez Álvarez, afirma que los obispos de aquellos años "emitieron varios sermones, cartas pastorales, edictos, exhortaciones y circulares. Recomendaron a los curas utilizar el púlpito, el confesionario y las conversaciones familiares para alejar a los feligreses de la influencia insurgente y convencerlos de continuar bajo la dominación española. En algunos casos ordenaron a los curas formar batallones en los pueblos para enfrentar a los rebeldes, asimismo desplegaron iniciativas para sostener y financiar la guerra contrainsurgente" (“La Iglesia católica y la Independencia mexicana”, artículo publicado el 6 de julio de 2008 en la Revista Montalbán No. 40).

La legalidad de la excomunión original, dictada por Abad y Queipo contra los líderes insurgentes, ha sido bastante discutida. Quienes niegan la validez de dicha excomunión descalifican a gente seria y pensante, incluso a historiadores católicos, como es el caso del historiador jesuita, José Gutiérrez Casillas, quien sostiene que la excomunión de don Manuel Abad y Queipo “fue válida y legítima”.

Tras la captura y fusilamiento de Hidalgo, José María Morelos y Pavón lideró el movimiento insurgente, convirtiéndose en símbolo de una lucha cuyo principal propósito era expulsar del poder político al dominio español y promover las transformaciones que el país necesitaba. El Siervo de la Nación, y todos los que simpatizaban con sus ideas y causas, fueron excomulgados por la Iglesia católica. Pese al intento clerical de reescribir la historia, lo cierto es que estos dos líderes insurgentes fueron declarados herejes, excomulgados y degradados para poder ser ejecutados.

Es importante preguntarnos: ¿por qué razón la jerarquía católica se opuso a la independencia de México? La historia de México demuestra que en aquellos tiempos el alto clero gozaba de las mejores rentas y "llevaba una vida ostentosa y relajada que lo conducía al relajamiento". Al apoyar a la Corona española, la jerarquía católica defendía su privilegiada posición y sus cuantiosas propiedades, reprobando una lucha que procuraba la exclusión de la nobleza y la burocracia españolas, la abolición de la esclavitud y la igualdad de pueblo.

Puede asegurarse, entonces, que la Iglesia se opuso al movimiento independentista no porque le interesara evitar un baño de sangre, sino porque dicho levantamiento ponía en riesgo sus intereses consolidados a lo largo del virreinato. Si a la Iglesia católica la hubiesen movido intereses pacifistas, jamás habría permitido que un importante número de clérigos se enrolara en las filas del ejército realista. Datos proporcionados por el historiador José Bravo Ugarte indican que decenas de clérigos tuvieron una participación activa en el bando realista, identificando con nombre y apellido a 91 de ellos.


A la jerarquía eclesiástica la delatan no sólo los edictos de excomunión y la permisión otorgada a los sacerdotes que combatían a los insurgentes en el campo de batalla, sino también su reconocimiento tardío a la independencia de México, algo que hizo hasta el 29 de noviembre de 1836, es decir, quince años después de la entrada triunfal del Ejercito Trigarante a la Ciudad de México, suceso considerado en la historia de nuestro país como la consumación de nuestra independencia. 

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