viernes, 2 de agosto de 2013

EL NUEVO ROSTRO DE LA DELINCUENCIA

Por Armando Maya Castro
En muchos estados de la República, los jóvenes ven su futuro dentro de las filas de la delincuencia organizada

La delincuencia en nuestro país no es alarmante por su sola existencia, sino por los elevados niveles que ha alcanzado en las últimas décadas. Son pocas, muy pocas las familias mexicanas que se han librado del flagelo de la delincuencia, misma que se ha convertido en una verdadera pesadilla para los habitantes de algunos estados de la República mexicana.

En Michoacán, el temor de algunas familias los ha llevado a emigrar de sus lugares de origen a poblaciones más seguras. Esta situación fue dada a conocer por Osbaldo Esquivel Lucatero, diputado local perredista de la región de Tierra Caliente, quien asegura que, debido a la inseguridad, violencia y marginación, cada mes emigran de la región de Tepalcatepec, Coalcomán y Buenavista al menos 70 personas. En la opinión de este legislador, “el gobierno ha sido rebasado”, como lo prueban “los enfrentamientos y ejecuciones que continúan a pesar de la presencia de fuerzas federales”.

Este fenómeno social, que pone en riesgo la seguridad pública de la sociedad y las buenas costumbres establecidas por ésta, es un problema de alcance universal. No es un mal exclusivo de México, sino de la mayoría de los países de la tierra. Tampoco es un problema nuevo, sino añejo, que ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad, en todas las edades y en todos los espacios.

Ninguna nación del mundo ha podido librarse de los estragos de la delincuencia, ni hoy ni en el pasado. Por eso creo que aciertan aquellos que afirman que no hay sociedad sin delincuencia. Vivir sin ella sería lo ideal, pero lo real es que en muchas ciudades y poblaciones de nuestro país la gente se siente a merced de la delincuencia, tanto de la organizada como de la desorganizada.

En el caso particular de México abundan las interrogantes: ¿cómo fue posible que las cosas hayan cambiado tanto en materia de seguridad? ¿Dónde está el México en el que –hasta hace unos años– se podía trabajar y vivir sin temores y sobresaltos? Ese México parece haber desaparecido, aunque es justo reconocer los esfuerzos que se realizan para que volvamos a disfrutar de la vida en calma que tuvimos hasta hace algunos años.

En el México de hace algunas décadas, los actos delincuenciales eran escasos; de ahí que no hubiese reacciones y manifestaciones ciudadanas como las que se presenciaron en el sexenio pasado, y como las que se producen en la presente administración, particularmente en las redes sociales. Estas reacciones, fruto del hartazgo e impotencia de la ciudadanía, han puesto a trabajar más seriamente a los responsables de la procuración y administración de justicia. Lamentablemente, estas acciones no han logrado fructificar como espera el pueblo de México.

Mientras que la economía decrece y se multiplica el desempleo, la inseguridad sigue presente en muchas regiones de nuestro país, ahuyentando el turismo y desalentando la entrada de inversión extranjera, situación que afecta seriamente a nuestra economía.

Las autoridades buscan remediar la situación a través de la multiplicación y profesionalización de las fuerzas policíacas, así como del incremento de las sanciones a los delincuentes, policías y funcionarios que establecen nexos con el crimen organizado. Esto es bueno y necesario, sin olvidar que uno de los aspectos que más contribuyen a la deformación social es la ausencia de valores en los autores de estos delitos.

Desde hace algunos años, los mexicanos hemos contemplado con profunda tristeza que los miembros de las bandas criminales son más jóvenes y más crueles. Este es, para los estudios del tema, el nuevo rostro de la delincuencia, el cual ha sido forjado por la ausencia de espacios educativos y sociales para los adolescentes y jóvenes de México. Estas limitaciones, y la falta de oportunidades para que los jóvenes accedan a una vida digna, han convertido a miles de éstos en presa fácil de las bandas criminales.


Esta situación es alarmante y exige de los padres de familia menos apatía y mayor compromiso en la enseñanza y transmisión de valores, tales como el respeto hacia los demás, el amor, la amistad, la responsabilidad, el trabajo y sus frutos, etcétera. Con una labor así, aún es posible alejar a nuestros hijos de las drogas y el alcohol, así como de la tentación por el dinero fácil. Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que una labor responsable de parte nuestra puede contribuir a la construcción de un México más próspero y seguro y con menos delincuencia.

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